lunes, 5 de abril de 2010

"Profecía"

¿A dónde vas tan deprisa
sin desirme ni ¡con Dió!?
Me puedes mirá de frente,
que estoy enterá de tó.

Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquila.

Otra cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.

Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.

¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contento
y a la hora de la muerte,
que Dios no os lo tenga en cuenta.

Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi pare
que no te guardo rencor.

Porque sin sé tu mujer,
ni tu novia, ni tu amante,
fui la que más t'ha querío,
con eso tengo bastante.

Despué la vida s'impone:
tanto tienes, tanto vales...
Por eso yo, al enterarme
que estabas un mes casao,
no dije que iba a matarme
sino que me daba igual.


Mas como es rica tu dueña,
te hago esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás "¡cobarde!"
como te lo llamo yo.

Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo niña

Pensarás: "no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando";
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por la que no es tu mujer,
ni tu novia, ni tu amante,
sino la que más te ha querío.

Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella.

Pensarás: "no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando".
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.

Porque sin sé tu mujer,
ni tu novia, ni tu amante,
yo fui... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!

No te deseo más castigo,
que estes durmiendo con otra
y estes soñando conmigo.

Rafael de León

Hace casi tres años, en el verano del 2007, me desperté un sábado con una sensación de adiós para siempre. La mañana estaba ya muy avanzada y pensé: "Se está casando. Se casa hoy". Hacía años que le habría perdido el rastro y le ví en sueños con un frac. Sentí que ese día se firmaba un punto y final. Para siempre.

No sé porqué desperte con esa sensación tan vívida, pero supe en el corazón que era verdad. Lo ví como si estuviera en esa misma habitación, en la que él se estaba arreglando para casarse... y por un instante se acordó de mí. Era en una habitación amplia, blanca, un poco vacía, con un suelo claro. El aire movía un visillo blanco en una ventana...

La siguiente idea  apareció, entre las hojas del árbol de mi ventana fué: "Has tirado tu vida". Y no me importó.

Me levanté, y me puse a trabajar. Era fin de semana, pero la estampida que dejó la gente que se marchó del departamento de la empresa nos había dejado en mala situación. Había que trabajar. En realidad, era lo que había estado haciendo desde que él se fue: trabajar y no pensar, trabajar y trabajar y no pensar... Estuve en ello, con el portatil en la cama, hasta después de comer.

Tampoco me terminaba de recuperar de la operación y de la radioterapia. El brazo me dolía y, a veces, el dolor crecía hasta no dejarme pensar. Ese día se juntó todo: calor, dolor, trabajo y, sobre todo, esa sensación de adiós y haber tirado mi vida. Lo peor era que no me importaba.

El verano siguió y, a las pocas semanas, tuvimos una reunión con un proveedor. Creo que es de las reuniones mas surrealistas que he tenido. Cuando llegamos allí éramos seis personas: tres de cada empresa. Había una chica menuda, rubia oscura, que me miraba de reojo, callada, con algo escondido en los labios y un muro de plomo delante.

Nos la presentaron como la responsable de nuestra cuenta. Nos dimos la mano. Una mano pequeña,
fría, de uñas cortas. Y me seguía mirando de reojo.

Me pareció raro que alguien me observase tanto. Casi de mal gusto. Pensé que quizá yo tenía mal aspecto. Trabajar, no cuidarme, la operación y los tratamientos me habían dejado con una apariencia grotesca. La chica parecía joven y quizá aún no tuviese el disimulo que da la edad. No le dí importancia. Por lo demás me pareció "maja".
Una de esas personas a las que, nada más conocer, sientes el deseo de arropar y proteger.

Cuando me dijo su nombre no oí bien su apellido, se lo pregunté y me respondió de forma bastante altanera. Me sorprendió, pero me disculpé con ella por no haberla entendido: no era un apellido frecuente y, al tener una ñ, lo escuché mal. No era normal el mal tono con el que me contestó, pero yo también estoy harta de deletrear mi segundo apellido, aunque ya lo asumo con una sonrisa...

La reunión comenzó con un jefe de la chica diciendo: "Alicia se nos ha casado". A los de mi empresa y a mi nos pareció que no venía a cuento, pero felicité a la muchacha que lucía un anillo de oro, casi más grueso que su dedo anular. No me respondió. La volví a felicitar y contestó con un "Gracias" de lo más seco, retador e impertinente que he oído en mi vida.

Aquí mis compañeros y yo nos miramos y creo que a todos nos vino la misma idea a la cabeza: "Esta mujer cree que hemos venido a buscarles problemas con su trabajo". Nada más lejos de eso: habíamos heredado entre tres personas un departamento de más de veinte y estábamos hasta conociendo a nuestros proveedores.

La reunión siguió y, en una pausa, le dije "Yo creo que te conozco" y aquí la actitud de ella cambió de forma radical. Dejó de ser de hielo y se convirtió en un ratón asustado. Me aseguró que no me conocía. Insistí y recuerdo que terminé diciendo: "Yo te visto, pero no me acuerdo de dónde. Quizá algún curso que hayamos hecho... No sé."

Yo la había visto. Estaba segura. Hacía tiempo. Recordaba esa mirada silenciosa, fría, agazapada y retadora...

A la vuelta, de camino a nuestra empresa, pensé: "Puede que sea la mujer de él. Tiene que ser algo personal. Si no nos conocemos, no hay explicación profesional para esa actitud...". Juro que lo pensé y también que, si era así, estaba bien que él hubiera conocido, después de dejarme, a alguien adecuado. Qué ingenua fuí.

La reunión terminó y, unos días después, el jefe, aquel que nos dijo que la chica se acababa de casar, un tal Javier, vino a hablar con el mío. Nos comunicó que Alicia ya no iba a llevar nuestra cuenta.

"Es una pena -le dije- porque es muy maja". Contestó: "Ya, pero no puede ser". En ese momento casi lo tuve claro del todo y me eché un farol: "A mi no me importa". Juraría que le dejé descolocado y creo que respondio "Ya, pero a ella sí". Me pareció irónico que, si lo que yo imaginaba era verdad, la ofendida fuese ella. Pero si se enfadaba o asustaba, es que yo era importante y aquello me pareció tan ridículo que me hizo sonreir.

De cualquier forma, todo eran suposiciones mías. El verano estaba siendo agotador y me lo tenía que estar imaginando. Me dolía el brazo y volvía a sentir un agujero en el corazón. Tenía que seguir trabajando para no pensar. Y volví a trabajar. Y volví a no pensar.

Dos años después de aquello supe dónde había visto a Alicia: en el funeral de la abuela de él. Diez meses después de que me dejara. Esa mirada silenciosa, agazapada y retadora, ya me observaba ocho años atrás, entre los bancos de una iglesia. Pocos meses antes, esa mirada lo arrancó de mi corazón, en silencio, sin que yo ni siquiera lo sospechara.



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