miércoles, 14 de abril de 2010

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenaron sé de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñe a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Gabriela Mistral

Recuerdo el último día que le ví. Fui en el notario. La casa que compré para los dos volvía a estar a mi nombre.
Llegamos a la hora, distantes, esperando... Me preguntó si hacía las prácticas de laboratorio con Manolo. Debió creer que yo era como su entonces novia y que yo también era capaz de poner los ojos en alguien que ya tenía pareja; o que cualquier hombre con novia podía dejar a esta y enrollarse con otra; o que estudiar o trabajar con alguien era suficiente para encoñarse y empezar cualquier historia.

Pues no: yo no me fijo en tios con novia/pareja/esposa; no todos los hombres con novia/pareja/esposa son unos sinvergüenzas, cobardes y mentirosos; y yo no te quise porque empezase a estudiar en los laboratorios de aquella escuela contigo. Las dos primeras respuestas entonces no las sabía. Se ocupó mucho en escondérmelas.

Le dije que no tenía derecho a hacerme aquella pregunta, agachó la cabeza y asintió.

Pero sólo fué una pregunta y nació una llama dentro de mí. En un instante. A lo mejor tenía celos. A lo mejor quería volver conmigo. A lo mejor podíamos volver a empezar. Y se lo propuse. Intentar ser amigos, poco a poco, volver a estar juntos, volver a intentarlo... Por qué si no, pensé, me había hecho aquella pregunta. No se me ocurrió pensar que llevaba años con otra. Que me había dejado por otra, por otra con la que estaba entonces. Si me hubiera dicho la verdad, habría podido tener dignidad. Ni eso. Cobarde.

A partir de ahí se cerró en banda. Pasamos, firmamos, le dí su cheque a cambio de su firma, se fué el notario y nos quedamos solos. Me cogió en brazos y me retorció hasta que me besó en la boca. Me resistí y cuando me besó supe que estaba con otra. El nunca me había besado así. Ya no sabía besar: era un beso de serpiente...repugnante. Antes besaba mejor.  Y sentí un profundo asco: esos labios besaban a otra.

Se dió la vuelta, contento con su cheque y nunca le volví a ver.

Es injusto que el último beso que me hayan dado, haya sido por pena por verme llorar y por gratitud por un cheque de un millón y pico de pesetas que no le correspondían. No es justo pagar una pasta porque te arranquen un beso y que, encima, sientas asco.

Ahora me da igual. Pagué, sí, sabiendo que no era justo, pero cualquier cantidad merece la pena por quitarte un reptil de encima. Si hubiera sabido que era tan fácil le habría pagado más y antes.

Sin embargo, todavía sonrío cuando pienso que cuando estaba conmigo, sabía besar mejor..., y no había aprendido a cobrar por besar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario