miércoles, 15 de septiembre de 2010

Madre-Chuky o Mamá al borde de un ataque de nervios...

... y el resto de la consulta también.

Esta mañana he ido al médico. Hace años que me encuentro mal. No es algo de hace semanas o meses, no. Es algo que arrastro hace años y que cada vez me deteriora más. Un síntoma se añade al anterior y me voy arrastrando por la vida. Puede que sea psicológico, puede que no, pero desde que se fue Guillermo hace años, la pena del alma me ha llegado a la cabeza y me envuelve cada vez más. De vez en cuanto voy al médico porque no quiero seguir así, pero nunca pueden hacer nada. Nunca.

Llegué el médico con todos mis síntomas repasados, hasta los absurdos, como que me cuesta concentrarme y dormir. Mientras los repensaba, para que no se quedase ninguno que fuese importante, llegó una mamá empujando un carrito con un bebé de un año y poco y arrastrando de la mano a una niñita de tres o cuatro. El médico llevaba retraso, lo que animaba a todo el mundo a jurar en hebreo y proponer soluciones que no sólo arreglarían el tiempo de espera en consulta, sino la lista de espera de todos los hospitales de España y la paz en Oriente Medio.

Cuando les llegaba el momento de entrar a consulta y el médico les dedicaba su cuarto de hora mínimo, se habían olvidado de arreglar el mundo y salían amansados: a todos nos gusta que nos den el tiempo necesario para explicarnos, para que nos manden las pruebas que necesitemos y que nos digan qué nos puede pasar. El problema es que no nos gusta que le dediquen tiempo a los demás. El egoismo de la raza humana y la cultura del desprecio...

El ambiente de los que esperaban andaba "caldeado" por el retraso. El médico, un hombre bonachón, cansado y agobiado, con nombre de otra época y bata coetánea, salió a nombrar el turno de pacientes y volvió a la consulta. La mamá del carrito protestó en voz baja, con asco y desprecio: "Me-di-cu-cho, que siempre lleva una hora de retraso...". La compasión que me despertó al principio, por su cansancio arrastrando niños, se me borró de golpe.

Francamente a mí también me molestó el retraso del médico, pero porque, durante la hora y media añadida que tuve que esperar,  la aguanté a ella entre otra fauna del lugar.

Tuve que soportar a dos abuelos,  que iban a la consulta con su nieto (supongo). El pequeño era un bendito, que lo único que quería era caminar, tranquilo, entre las puertas de dos consultas, unos veinte metros escasos, arriba y abajo, arriba y abajo, balbuceando un murmullo. Mientras, la abuela, poseida como la novia de Chuky, le perseguía gritando a pleno pulmón: "¡Quieto! ¡Para! ¡¿Dónde vas?! ¡Vuelve! ¡No!" Para ir a un psiquiatra nada más abandonar el chupete...

Los abuelos anteriores eran españoles, cosa excepcional, porque la consulta del médico es un foro multicultural. El siguiente grupo, también con niño, era polaco. En este caso la sufridora era niña, menuda, rubia y con ojos como canicas negras. La pequeña era perfectamente ignorada por sus padres, que charlaban con una compatriota a gritos, mientras le enseñaban el último politono del últimísimo modelo de teléfono, por supuesto sonando a 80dBs..., o más. La más razonable del grupo era la niñita, que sólo caminaba de pie por los asientos, mientras intentaba saltar de su fila a la mía. Viendo que se iba a abrir una ceja y no iba a poder agarrarla, opté por cambiarme de silla. Si iba a haber sangre, yo no participaba en el escabeche.

Al fondo, una familia gitana, entendiendo por familia el sentido más amplio que puede tener este término en su etnia. Curiosamente, eran los que mejor se comportaban: los chiquillos corrían por toda la consulta, pero como iban descalzos, alborotaban menos que el resto de niños.

Pero las palmas, dos orejas rabo y vuelta al ruedo se las llevó la mamá del carrito con niña arrastras. Esos niños, dentro de ocho años  -y estoy siendo generosa- serán unos inadaptados sociales con tendencias agresivas, como poco...

La mamá era sudamericana, pero podría haber sido oriunda de la Puerta del Sol. Nada más soltar su frase sobre el "Medicucho" -que su hija escuchó perfectamente y la animará a despreciar luego a su maestro, para acabar escupiendo a su madre- apartó el carrito del bebé para ponerse a toquetear su teléfono movil. La nenita empujó el carrito, adelante y atrás como si fuese el cochecito de su muñeca. La madre le dió dos voces que hizo que la consulta levantase la vista hacia ellos: por el tono hubiéramos jurado que la niña estaba destripando al hermano. Pero no: sólo empujaba la silla despacio, adelante y atrás. La siguiente voz vino en forma de manotazo descontrolado que hizo que la nena empezase a llorar en silencio, entre más gritos histéricos de la madre.

Para tranquilizarla le ofreció comprarle chocolate nada más salir de la consulta. De manual: ante un comportamiento malo, aunque sea imaginario, lo mejor es un castigo físico seguido de una recompensa. La niña se emocionó con el chocolate -lo quería ya- y le volvieron a caer dos gritos de temblar.

La siguiente hora estuvo salpicada de: llantos del niño, que quería que le sacasen del carrito como fuese, llantos de la niña que no entendían porqué le daban y gritos poseidos de la madre.

La primera vez que el bebé arreció el llanto para salir del carrito, la madre se mantuvo firme. Por lo menos, hace algo bien, pensé... Lo pensé hasta que madre-chuki claudicó en cuanto el pequeño empezaba a quedarse dormido. En ese momento, en el que se empezaba a sentir algo de paz, lo desató de la silla y lo espabiló para que comenzara a subirse, calzado, por los asientos. Ante la aprobación de la madre (que los parió), la niña, empezó a colaborar con su hermano caminando calzada por donde luego se iba a sentar más gente. Segundo manotazo de la tarde: la pequeña buscaba el abrazo de su madre, interponiéndose entre ella y su hermano: "¡¡¡¡Así no veo si tu hermano se cae!!!!".  Es decir, daba por hecho que el niño se podía dar un buen golpe y lo de ponerlo a caminar en el suelo, agarrado de las manos, mientras la niña les acompañaba, debía de ser de un curso avanzado. Nuevo llanto de la niña en un rincón.

Vuelta del bebé al carrito, que arranca en un nuevo llanto. Para tranquilizarlo le da el Nokia con un politono sonando a toda pastilla. Que lo tiré -pensé-. Dicho y hecho: móvil al suelo y manotazo esta vez al niño.

Se repite el proceso: bebé a punto de dormirse depués de atronarnos con sus llantos, gritos a la niña, niño que sale del carrito y esta vez comienzan los dos hermanos a colgarse de las cortinas de la sala de espera. Cuando llevaban más de 10 minutos de risas, con las cortinas a punto de ser arrancadas mientras la madre jugaba con el móvil, se levanta la sujeta y reparte manotazos a ambos. Estoy segura de que los niños a estas alturas ya no sabían qué hacían mal y qué tenían que hacer para que no les gritasen o manoteasen.

Estuve a punto, pero a punto, de decirle que no les regañara ni les pegara: la cosa no tenía arreglo. Esos niños jamás se portarían bien. Jamás. El modelo que tenían no era bueno,  ni siquiera era un modelo y no tendrían nunca nada correcto que imitar, ni un patrón razonable que seguir. De mayores gritarán, golpearán, estropearán los sillones y cortinas de los demás y opinarán que cualquier persona que trabaje para ellos (médico, profesor o juez) es un personajucho, aunque ellos no sepan leer ni escribir.

Cuando entré a la consulta me tomó la tensión el médico: "La tienes muy alta...".
Mientras se oía a la madre psicópata gritar fuera pensé: "Pues verás cuando se le tomes a ella..."

Muchas veces lamento no tener hijos. Nunca se sabe, pero creo que lo hubiera hecho mejor que la madre del carrito. Mucho mejor.  Y mejor de lo que estará él haciéndolo con sus hijos, porque era algo que no quería tener nunca...

Dios da pan a quien no tiene dientes.

jueves, 2 de septiembre de 2010

The Road Not Taken

Two roads diverged in a yellow wood
and sorry I could not travel both
And be one traveller, long I stood
and looked down one as far as I could
to where it bent in the undergrowth;

Then took the other, as just as fair,
and having perhaps the better claim
because it was grassy and wanted wear;
though as for that, the passing there
had worn them really about the same,

And both that morning equally lay
in leaves no feet had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.

I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I --
I took the one less travelled by,
and that has made all the difference

Robert Frost (1874–1963)


Yo nunca he tenido dos caminos. Mi camino siempre fue igual. Nunca elegí. Las elecciones estaban siempre condicionadas por lo que debía hacer o lo me obligaban, de forma sutil, a elegir.

Hace años, muchos, algo floreció en mi camino y el camino se apartó de mi.  Hace años, muchos, que todo vuelve a ser como al principio: sólo hay deber... y dolor. El dolor de no volver nunca a aquel camino que tanto amé.