martes, 17 de agosto de 2010

Donante

Estoy de camino al enésimo intento de ser madre. Ya he perdido tres y me siento un poco dolorida de cuerpo y alma. Cada vez que el proceso vuelve a empezar -ecografías, análisis, pinchazos, pastillas, pinchazos, pinchazos...- y se acerca el momento de la donación se me llenan los ojos de lágrimas.

La primera vez que lo intenté lloré amargamente en la camilla, llena de odio hacia el miserable que no quiso hacerme madre, que tuvo todo el cuidado del mundo (en relidad lo tenía yo) en no embarazarme, en no casarse conmigo, en no vivir conmigo, en no planear un futuro a mi lado... Tampoco tuvo cuidado en no utilizarme cuando ya me había dejado y dejó que hiciese su trabajo fin de carrera y me sacó con una disculpa zafia un millón y pico de pesetas para poder recuperar mi casa.  Eso sí, en hacer madre a la fulana que se enrolló con él antes de dejarme a mi no tuvo inconveniente, ni en casarse con ella. Les deso a los dos lo peor que un ser humano le pueda desear a otro. Que tengan todo el dolor y las lágrimas que yo he tenido. Ojalá que pierdan a la persona que más quieran los dos y les deje un agujero en el corazón hasta su muerte.

Después del primer intento, empecé a pensar de otra forma. Había alguien que no me conocía, que me hacía madre y no me pedía nada a cambio, ni me reprochaba, ni me robaba, ni me trataba con desprecio, ni me hacía el favor de estar conmigo. Había alguien que, con un corazón generoso y libre, me regalaba lo que ni el miserable que arruinó mi vida, ni la misma vida quisieron darme. Iba a ser madre por el altruismo de alguien y por mi voluntad... y me sentí volar. Volví a ser fuerte y podía, de nuevo, plantarle cara al destino. Si fallaba lo volvería a intentar hasta que no pudiera más. Y si no lo conseguía, por falta de fuerza no sería.

La primera vez el embarazo terminó a los quince días y no llegué a sentir nada especial, salvo un nudo de miedo mezclado con emoción contenida por no poder contárselo a nadie.

La segunda vez el embarazo fue algo más largo, casi ocho semanas que me dieron tiempo ya a deshacer el nudo, asimilar la emoción y hasta a tener nauseas y un cansancio aplastante que me hacían sentir mágica por dentro. Este intento tampoco acabó bien y terminé en un quirófano para quitarme una trompa: el peque había hecho su nido en mal sitio.

La última también fue de dos meses. Esta vez me dijero que todo iba muy bien. Estaba bien implantado, ¡tenía latido!, sólo un dolor sordo me decía que algo estaba mal. Todos los médicos insistían en que era normal, pero no, no lo era. Una noche me desperté sangrando y ya no estaba. Esta vez lloré amargamente. Había comprado dos chupetes y un biberón y me sentí profundamente sola.

Dentro de quince días vuelvo a empezar y siento miedo porque siempre que he luchado por algo hasta caer extenuada no ha podido ser. Aún así lo seguiré intentando hasta que me digan "no puede ser" porque, por lo menos, lo habré intentado.

martes, 10 de agosto de 2010

Más lluvia

Vuelve a llover. Media noche y otra vez ha vuelto la lluvia tranquila. Anoche soñé que estábamos reunidos en el trabajo. Hablaba él, pero no hablaba, creo que... cantaba. Y me acariciaba la mejilla, mientras le mantenía la mirada al resto de la gente. Fue como si, con una mano, se llevase toda la tristeza que acumulé durante años y como si retase al mundo a juzgarle por tenerme cariño. Sólo cariño, que no hay más. No sé si el resto de la gente miraba. Yo agachaba la cabeza y sólo sentía su mano. Todo giraba y sólo sentía su mano.

Sonó el despertador.

No, no quiero querer a nadie. Y no hay nadie que me pueda querer, ni quiero que me quieran. Quiero tener un bebé. Un hijo. Algo para siempre. Algo que no me pueda quitar nadie. Ni aunque la vida me lo arrancase, dejaría de ser madre. Qué miedo me da desear...

lunes, 9 de agosto de 2010

Llueve

Llueve. Llueve desde hace varias horas. Una lluvia mansa, que no acaba y susurra "Duerme, duerme, seguiré lloviendo hasta que lave todo, hasta que me lleve el calor de Agosto. Duerme..."

Huele a rastrojo mojado, a hierba mojada y a tierra de otoño. Llueve tranquilo, como si no tuviera prisa en terminar. Suena en las hojas de los árboles, en la calle, en la tierra, resecos del calor de un verano largo, de un calor sofocante que los últimos días no dejaba dormir ni pensar. Pero ahora la lluvia lo arrastra con el polvo, y huele a otro tiempo, como si no hubiera nacido nunca, como si el mundo siguiese sin mi. Ojalá la lluvia se llevase también todo la basura que acumulé con él.

Duerme.