lunes, 26 de abril de 2010

Decidido

Esta decidido. No voy a volver a pensar en un ser miserable que no merece la pena. El y la pobrecilla por la que me dejo, sin atreverse a decirmelo después de estar nueve años a mi lado, estan hechos el uno para el otro. No envidio a ninguno de los dos

Yo soy libre y me queda, al menos, la mitad de mi vida por delante. Ya sólo pueden pasar cosas buenas.

domingo, 25 de abril de 2010

ONCE

Ningún padre de la iglesia
ha sabido explicar
por qué no existe
un mandamiento once
que ordene a la mujer
no codiciar al hombre
de su prójima.

Mario Benedetti


Pues sí, no estaría mal. Menos educación de colegio de monjas y menos ser putas. Luego se casan por la Iglesia, eso sí, pero el novio lo eligen entre los novios de otras.
Quizá, en el fondo, tienen lo que merecen: un tío sin principios. Pero casados por la Iglesia, que es lo que importa.



Enterrar recuerdos

Voy a ir al Pardo. Es media noche, pero no puedo seguir llorando. Voy al Pardo, entierro recuerdos y vuelvo.

viernes, 23 de abril de 2010

Despedida

Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo…
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.
Jorge Luis Borges

Levantaré tres mil muros, porque he pasado tres mil noches sin ti y sin nadie, y he sobrevivido, y ya no me importas. Y no hay recuerdos. Tus recuerdos los tiré todos. No los necesito. Tu, los míos los habrás regalado. Así, has podido aprovecharlos para quedar como el chico encantador que eres..., con el esfuerzo de otra.

Tu ausencia ya no entristece mis tardes. Tu ausencia está contigo y te acompañará siempre, en tus tardes ausentes, vacías y solitarias porque sólo te tienes a ti y a los que son como tu para acompañarte. Los corazones huecos no se llenan nunca.

Mis tardes mecerán alguien nuevo. Algún día.

miércoles, 14 de abril de 2010

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenaron sé de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñe a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Gabriela Mistral

Recuerdo el último día que le ví. Fui en el notario. La casa que compré para los dos volvía a estar a mi nombre.
Llegamos a la hora, distantes, esperando... Me preguntó si hacía las prácticas de laboratorio con Manolo. Debió creer que yo era como su entonces novia y que yo también era capaz de poner los ojos en alguien que ya tenía pareja; o que cualquier hombre con novia podía dejar a esta y enrollarse con otra; o que estudiar o trabajar con alguien era suficiente para encoñarse y empezar cualquier historia.

Pues no: yo no me fijo en tios con novia/pareja/esposa; no todos los hombres con novia/pareja/esposa son unos sinvergüenzas, cobardes y mentirosos; y yo no te quise porque empezase a estudiar en los laboratorios de aquella escuela contigo. Las dos primeras respuestas entonces no las sabía. Se ocupó mucho en escondérmelas.

Le dije que no tenía derecho a hacerme aquella pregunta, agachó la cabeza y asintió.

Pero sólo fué una pregunta y nació una llama dentro de mí. En un instante. A lo mejor tenía celos. A lo mejor quería volver conmigo. A lo mejor podíamos volver a empezar. Y se lo propuse. Intentar ser amigos, poco a poco, volver a estar juntos, volver a intentarlo... Por qué si no, pensé, me había hecho aquella pregunta. No se me ocurrió pensar que llevaba años con otra. Que me había dejado por otra, por otra con la que estaba entonces. Si me hubiera dicho la verdad, habría podido tener dignidad. Ni eso. Cobarde.

A partir de ahí se cerró en banda. Pasamos, firmamos, le dí su cheque a cambio de su firma, se fué el notario y nos quedamos solos. Me cogió en brazos y me retorció hasta que me besó en la boca. Me resistí y cuando me besó supe que estaba con otra. El nunca me había besado así. Ya no sabía besar: era un beso de serpiente...repugnante. Antes besaba mejor.  Y sentí un profundo asco: esos labios besaban a otra.

Se dió la vuelta, contento con su cheque y nunca le volví a ver.

Es injusto que el último beso que me hayan dado, haya sido por pena por verme llorar y por gratitud por un cheque de un millón y pico de pesetas que no le correspondían. No es justo pagar una pasta porque te arranquen un beso y que, encima, sientas asco.

Ahora me da igual. Pagué, sí, sabiendo que no era justo, pero cualquier cantidad merece la pena por quitarte un reptil de encima. Si hubiera sabido que era tan fácil le habría pagado más y antes.

Sin embargo, todavía sonrío cuando pienso que cuando estaba conmigo, sabía besar mejor..., y no había aprendido a cobrar por besar.

lunes, 12 de abril de 2010

No te rindas

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
MARIO BENEDETTI

Tengo que poder. Aún no es tarde. Aunque sólo sea intentarlo.

domingo, 11 de abril de 2010

Miserable


29/09/09

Casi once años después.

Amberes. Media noche. Calles vacías. Las paradas se apagan al paso del último tranvía. El último tren sale de la estación y la plaza queda en silencio. No hace frío y no llueve. Un milagro en esta época del año. Casi once años después.

En estos años no lo quise pensar. Siempre le imaginé donde se quedó, en casa de sus padres, donde tantas veces llamé, donde tantas veces fui a buscarle. Desde que se marchó, no volví a pasar por esa calle. He llegado a dar rodeos de kilómetros para no pasar por allí. No le quería encontrar, ni que me viera. No quería verle un día paseando por la calle con un cochecito, abrazado a otra, aunque esto último era poco probable: siempre tuvo claro que no se casaría y que no tendrías hijos. Le faltó añadir que era conmigo, pero así iba "haciendo tiempo" mientras encontraba con la que desearía casarse y tenerlos.

En cualquier caso, no quería verle con otra y por eso le deje allí, en el pasado, en la calle grande, soleada, llena de árboles y seguí. No muy bien, pero seguí año a año, intentando no pensar y no volver atrás. Me pegué por dentro los trozos que quedaron y seguí. Ya no era igual, no conseguía querer a nadie, pero tampoco lo deseaba. Nadie se acercaba, ni yo lo permitía. No podía volver a estar con nadie después de haber estado con él. No soportaba que nadie me mirara a los ojos, ni me rozara la piel. Ya no era yo, pero no importaba, no tenía que ser nadie, solo seguir y cuidar mucho de no volver la vista al pasado.

Pero a veces, los días grises me descuidaba, miraba atrás y recordaba miradas y gestos de los últimos meses, recordaba cómo se apartaba cuando le iba a besar. Era como si me hubiese dejado de querer de repente. Pensé que era estrés por el nuevo trabajo. Me estaba volviendo loca, no entendía qué pasaba, comía para sentirme un poco mejor y no molestarle… Y recordaba también frases del día que se fue: “Si me hubieras dejado pensar, no habríamos llegado a esta situación”, “Si me hubieras debajo libre, habría vuelto a ti como un perrito.”, “Tu, eres muy fuerte, lo superarás.”,  “Si tu, si tu, si tu…”

Y cuando el día gris se deshacía en lluvia,  los trozos de dentro se me despegaban y lloraba días y noches: “Si le hubiera dejado libre, si no le hubiera gritado, si le hubiera esperado, si yo, si yo, si yo…” “Pero, ¿por qué me dejó de querer de repente?”

Y cuando el último trozo se había despegado, los volvía a juntar para pegarlos más adelante, cuando dejara de llorar. Siempre se perdía algún trozo más, pero tampoco importaba: quedaban pocos y ninguno encajaba. Daba igual como pegarlos.

Y me rodeaban sus recuerdos y los dos muebles que compró y nunca llegó a usar conmigo: una cama y un sofá. Cada vez que me volvía a recomponer por dentro, cogía una bolsa, metía dentro algún recuerdo junto con un trozo de corazón y lo tiraba todo a la basura.

Un día, siete años después, cuando ya quedaban pocos recuerdos que tirar y muy pocos trozos de corazón que arrancar, no pude más y vendí la casa. Ya la había puesto a mi nombre. Pagándole más de un millón de pesetas, por una justificación injustificable que se buscó, pero ya la podía vender. No sabía donde iría, pero no podía seguir ahí. Me seguía acompañando el “si tu no hubieras, si tu, si tu, si tu…”, pero las paredes quedaron atrás. El guardamuebles se lo llevó todo. En un día la casa, que tenía más lágrimas dentro que muebles, quedó vacía y sola. Y me fui.

Y empecé a buscar donde vivir. En la calle de al lado, en el barrio de al lado, en la ciudad de al lado, más lejos, más lejos, más aún… Allí parecía bien. Una casa distinta, otra ciudad y otro trabajo. Sí, otro trabajo también. Ya no había más que cambiar. Ya nada me lo iba a recordar. Pero el “si tu no hubieras, si tu…” seguía sonando los días de lluvia. Como ya no quedaban trozos que pegar lo asumí: Fue culpa mía, era maravilloso y por mi culpa lo perdí. “Eso es: por tu culpa, por tu culpa…”

Una mañana, un médico torció el gesto al leer el resultado de una prueba. La cosa pintaba mal y la semana siguiente me operarían. Preparé una maleta. Me fui en tren al hospital y volvió a sonar una voz: “Tu eres muy fuerte, lo superarás”. Ese día hacía ocho años que se marchó. Si todo pintaba tan mal como decía el médico, la voz se apagaría pronto. “Por tu culpa, por tu culpa…” Pronto no la volvería a oír.

En ese momento me habría gustado oír su voz de verdad, pero no podía llamarle. Estaba lejos, con otra y la culpa era mía…, pero me alegré de que no tuviera que pasar este trago.

Muchos meses después volví al trabajo. Los médicos hiceron un buen trabajo y tuve suerte. Por una vez. Tenía cicatrices y no volvería a ser igual, pero no importaba. Luego, la medicación me empezó a hinchar. Como un globo. Tampoco importaba. El truco era seguir sin pensar, y esto ya lo dominaba.

Y pasaron dos años más. Seguía vieja e hinchada, pero el pelo volvió a crecer. Alguna gente dijo que se me habían apagado los ojos. Un conocido dijo “se le apagaron hace tiempo…” Y era verdad.

Un día, haciendo una selección de personal, apareció su curriculum. La secretaria, seleccionó, de una página web de empleo, unos cuantos candidatos. No era lo que le pedí. Ninguno cumplía, ni de lejos, el perfil que necesitábamos. Pensé que era gente con un curriculum, cuanto menos, ‘inflado’. “Como todos los CV, en el fondo – pensé-. Tampoco, tienes que juzgar a gente que no conoces. No tienen un perfil bajo. Únicamente, no tiene el perfil que necesitas. Léelos y selecciona”.

Haciendo una lectura diagonal, vi uno que me hizo sonreír: "Conocimientos de redes IP “. Cuando vi el nombre, me quedé helada. Era él. Y ya no vivía en la calle soleada de árboles. Era otra dirección. Google maps hizo el resto. Ya no quise saber más. No sé con quién estaba, pero estaba claro que no estaba sólo. Ya no era mío ni en el recuerdo. Punto y final.

La voz volvió a aparecer, callada, llorando “Por tu culpa, por tu culpa…” Y otra le respondía: “Pero ahora está bien, mejor que contigo, ya está”. Y la primera voz calló, para siempre, aunque perdí el último trozo de alma, en su dirección y en la vista de su casa. “Él está bien. Se acabó”.

Dos años más. Un día, el médico me sugirió que debería pensar en tener hijos. Llevaba once años sin pensarlo. Yo quise hijos de él. De otro no. Y sola… Pero era una posibilidad. No traicionaba su recuerdo. Él estaba lejos y bien. Hijos míos… Él ya tendría los suyos…

“No debes pensar en esperar a encontrar al hombre de tu vida, para tenerlos”. El médico era mayor, pero tenía alegría en los ojos. “El que te quiera, te querrá con todas tus medallas”. Ya lo había pensado antes, pero me parecía algo irreal. Años atrás estaba enamorada, esperaba que él me diera la oportunidad de vivir conmigo y yo renunciaría a casarme, a tener hijos… Ahora, sin esperanza y buscando un deseo, perdido años atrás, yo sola. Y no era el mismo deseo. Mi ilusión era que los niños fueran suyos, no quería cualquier niño, sólo los de él. Era media ilusión de la que quise tener, pero era más que nada… ¿Por qué no?

El médico dijo que, si lo quería, era el momento de empezar a dejar la medicación:
-        Prepárate, porque lo vas a pasar mal. Será como una depresión post-parto muy fuerte. Si en dos meses no remite, podemos medicarte para que no te hundas.

Casi sonreí por dentro. “Este hombre no sabe lo que he llorado. Por muy malo que sea, esto no va a ser ni parecido a lo que he pasado”.

Empecé a apuntar los días que pasaban. Lloraba, pero eran lágrimas que tendrían fin, dentro de 59 días, 58, 57… Cada día lloraba un poco más y un día la voz apareció otra vez “Si tu hubieras, si tu, si tu…” Pero también estaba la otra voz “Pero él está bien, tranquila. Está mejor que contigo. No pasa nada…”.

Cuando pasaron los dos meses de lágrimas volví al médico.
-        ¿Qué tal ha ido?
-        Bien.
-        Pues vamos a dejar la medicación completamente. Dos meses más.

Dos meses más llorando… Bueno. Cuatro meses en total, frente a once años. No era tanto. Cuando llegó Agosto, empecé a sentir que entraba en el pozo en el que entré años atrás. La voz que me tranquilizaba ya no estaba, sólo la que me acusaba de haberle perdido.

Cogí el portátil y me conecté a Internet. Quería saber qué había pasado. Él no me dejó sólo por mí. Había algo más y era el momento de sacar toda la mierda de mi pasado. Y apareció.

A partir de aquella dirección, que nunca se borró de mi cabeza, apareció todo: el nombre de ella, edad, todo… Y el currículum de ella que, curiosamente, coincidía en empresas y tiempo con Guillermo. En Abril de 1998 empezaron a trabajar juntos. En Octubre de ese mismo año me dejó.

No hay más que explicar.

Salvo que me utilizó hasta después de dejarme. Consiguió que le pagara dinero por firmar los papeles de mi casa. Trabajé haciendo el trabajo fin de carrera de los dos, cuando ya estaba con ella y en ese trabajo escribimos dos personas y ninguna fue él. Me besó en la boca, cuando firmamos las escrituras en las que recuperaba mi casa. Qué horror. Me besó y ya estaba con ella… Siento asco de mi misma…

Y lo mejor, es que a lo largo de estos años, habrá preparado todas las excusas que necesita en su mente para justificar todas las putadas, hasta la más pequeña, que me hizo. Podría empezar yo, transcribiendo su primera justificación: 

- “Si tu no me hubieras (colóquese aquí cualquier palabra), yo no me habría fijado en ella”.

Otra, otra más:
- “Yo (importante lo del yo) no me fijé en ella hasta después de dejarte. Sólo era una compañera”. 

Habrá tantas justificaciones… Y todas mentira en el fondo de su alma. ¿Sabes una cosa? La madre de tus hijos es una putilla que no tuvo escrúpulos en estar ahí, esperando, sabiendo que tenías novia. Y mientras esperaba echaba algún anzuelo. Aquí podría ir otra justificación:
- “Yo nunca dije que tuviera novia en la oficina, ella no lo sabía”.

Es verdad, no hay que decir que se tiene novia, si se ha echado la red a ver si pica algo. Una pregunta: ¿Quien se encaprichó primero ella o tu? Otra: “Si ella es tan lista, ¿no supo hilar ideas? ¿No supo pensar, después de conseguirte (si es que se enrolló contigo después de dejarme, que tú estabas con alguien mientras cazabas en la oficina ¿O es que tampoco le interesaba manchar su conciencia?” Claro, es más cómodo pensar “Yo no hice nada. Él tenía problemas con su novia, que estaba loca y él hacía tiempo que no la quería, pero seguía con ella por pena. Yo no hice nada”.

Sois los dos iguales… Qué par... Qué pena... Qué sencillo (que no fácil) y valiente habría sido decir la verdad. Muy duro para mí y para tu conciencia. Pero valiente, honesto, sincero, claro, grande, digno de un hombre, que es lo que yo merecía y no de un ser miserable, ruin y cobarde.

Ahora pienso que sólo tropecé con un pobre hombre, que ahora tiene lo que merece: un suegro que le mantendrá, indirectamente, mientras esté con su hija. Y él dormirá todas las noches con una putilla que tiene lo que se merece: un egoísta, cobarde, vacío y miserable y, en ningún caso, un hombre.

No sé si algún día conseguiré el hombre que ahora, después de destrozarme tú, merezco. Ya dudo que exista. Pero ahora sólo tengo dos cosas muy claras: que ese hombre no eres tú.

Te voy a contar un secreto: los hombres no se hacen con dinero, casas grandes y BMWs. Tu, ni eres hombre ni te enseñaron a serlo: no lo serás nunca. Por eso, tienes lo que mereces una fulana sin escrúpulos. Enhorabuena a los dos.

Campo

La tarde está muriendo
como un hogar humilde que se apaga.

Allá, sobre los montes,
quedan algunas brasas.

Y ese árbol roto en el camino blanco
hace llorar de lástima.

¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!

¿Lloras?...Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda.

Antonio Machado 

Ojalá. Ojalá pueda seguir el camino, no volver la vista atrás y volver a intentarlo.

jueves, 8 de abril de 2010

Y yo me iré

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
     
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,      
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico…
     
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.

Juan Ramón Jiménez

Recuerdo los meses, después de que me dejara, como un tiempo de bruma. Recuerdo que un día me arrastré hasta el médico porque no podía dormir. Recuerdo que me mandó al psiquiatra y pensé "Tenía razón. Él y su familia tenían razón: estoy loca. No sé cómo he llegado aquí, pero estoy loca. No recuerdo haber estado cuerda nunca...".

El primer día lloré en la consulta sin poder hablar. Me preguntaba y no podía hablar, sólo llorar. "Tienes una depresión de caballo". Me dió varias recetas y volví días después. No sé qué tenían aquellas pastillas, pero me durmieron el cuerpo y el alma. Estaba anestesiada. No sentía nada. 

Por la noches dormía profundamente en un pozo negro sin sueños; por el día vivía en una burbuja gris. Estuve así dos años. No quería hablar, dejé de comer y me dormí. La gata se acurrucaba a mi lado por las noches. Su ronroneo y su pelo suave me traían recuerdos dulces, lejanos, en una cama que él compró para los dos y nunca llegó a usar. La usaba yo sola, encogida en un lado. El otro lado estaba vacío, solo y frío. 

Once años después sigue así, pero ya no me importa. 

miércoles, 7 de abril de 2010

"Peor que la traición es la soledad"

"Peor que la traición es la soledad"
Ingmar Bergmar

Y yo tengo ambas. 

No hace mucho me enteré de su traición. Cuando lo supe, acepté que me hubiera dejado por otra, por otra que tuvo claro desde el principio que era el amor de su vida. Algo que yo no conseguí ni dejándome el alma a trozos. Al saberlo lo acepté. Qué podia hacer... Y me dolió. Mucho. Profundamente. Me dolió tanto que, después de diez años, volví a llorar amargamente durante meses. Aún lo hago.

Y me dolió que no me lo dijera. Me hirió más áun. El primer dolor algún día acabará, tiene que acabar. No puede durar para siempre. Pero el segundo no me dejará nunca. Porque le quise. Le quise tanto que podría haberle buscado entre las estrellas de la noche hasta encontrarle, pero él no me dejó mirar en su corazón. Porque le quise y no me dió la oportunidad de retirarme a llorar con dignidad, de desearle lo mejor, de librar mi alma de culpa. Porque lavó su conciencia en mi corazón y me destrozó para siempre, tanto que no he podido volver a estar con nadie.

Le pedí, la noche que se fue, que respetara nuestros recuerdos cuando volviera a tener a alguien: me moriría de vergüenza si compartía mi memoria con otra. Le pareció ridículo. Supongo que como yo.

Ahora, después de tanto llorar sé que lo ha hecho. Que ha compartido con ella mis recuerdos, intimidades y lugares..., y lo hizo poco después de dejarme, quizá antes aún. Si él ha podido aliviar su corazón con ella, yo puedo publicar mis recuerdos en el mundo. Desde ahora son sólo míos. Son recuerdos hechos de mi amor, mis miserias y mi dolor y los publico en las estrellas. No volveré a buscarte en ellas.

Tu ocultaste vuestra historia, la de verdad,  con un cuidado infinito a todo el mundo. Qué fácil aparecer meses después con un libro nuevo, transparente, inocente, surgido de la nada. Mentira. No tuviste ni el valor de dar la cara. Ni el valor de enseñar que esa niña, que sólo era un ser silencioso, era también miserable y sin escrúpulos.

Nunca me volverás a juzgar. Yo no te traicioné, nunca te engañé. Te devuelto aquí la pena que llevo desde hace más de once años en el corazón. La que tú, por cobarde, me dejaste.

martes, 6 de abril de 2010

"Ya no sé..."

Ya no sé, mi dulce amiga,
mi amante, mi dulce amante,
ni cuáles son las encinas,
ni cuáles son ya los chopos,
ni cuáles son los nogales,
que el viento se ha vuelto loco,
juntando todas las hojas,
tirando todos los árboles.
Rafael Alberti


Recuerdo una tarde de otoño, casi invierno, en la Casa de Campo. Un aire fuerte, arrancando las hojas de un plátanero inmenso, un coche con casi tantos años como nosotros y un poema que le sorprendió.

- ¿De quién es?
- Rafael Alberti
- ¿Alberti?

En su casa, Rafael Alberti, sólo era un rojo de mierda y, por tanto, un desecho humano, incapaz de hacer nada brillante. Brillante como el dinero, por supuesto.

Y el viejo platanero aún existe.







lunes, 5 de abril de 2010

"Profecía"

¿A dónde vas tan deprisa
sin desirme ni ¡con Dió!?
Me puedes mirá de frente,
que estoy enterá de tó.

Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquila.

Otra cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.

Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.

¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contento
y a la hora de la muerte,
que Dios no os lo tenga en cuenta.

Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi pare
que no te guardo rencor.

Porque sin sé tu mujer,
ni tu novia, ni tu amante,
fui la que más t'ha querío,
con eso tengo bastante.

Despué la vida s'impone:
tanto tienes, tanto vales...
Por eso yo, al enterarme
que estabas un mes casao,
no dije que iba a matarme
sino que me daba igual.


Mas como es rica tu dueña,
te hago esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás "¡cobarde!"
como te lo llamo yo.

Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo niña

Pensarás: "no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando";
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por la que no es tu mujer,
ni tu novia, ni tu amante,
sino la que más te ha querío.

Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella.

Pensarás: "no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando".
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.

Porque sin sé tu mujer,
ni tu novia, ni tu amante,
yo fui... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!

No te deseo más castigo,
que estes durmiendo con otra
y estes soñando conmigo.

Rafael de León

Hace casi tres años, en el verano del 2007, me desperté un sábado con una sensación de adiós para siempre. La mañana estaba ya muy avanzada y pensé: "Se está casando. Se casa hoy". Hacía años que le habría perdido el rastro y le ví en sueños con un frac. Sentí que ese día se firmaba un punto y final. Para siempre.

No sé porqué desperte con esa sensación tan vívida, pero supe en el corazón que era verdad. Lo ví como si estuviera en esa misma habitación, en la que él se estaba arreglando para casarse... y por un instante se acordó de mí. Era en una habitación amplia, blanca, un poco vacía, con un suelo claro. El aire movía un visillo blanco en una ventana...

La siguiente idea  apareció, entre las hojas del árbol de mi ventana fué: "Has tirado tu vida". Y no me importó.

Me levanté, y me puse a trabajar. Era fin de semana, pero la estampida que dejó la gente que se marchó del departamento de la empresa nos había dejado en mala situación. Había que trabajar. En realidad, era lo que había estado haciendo desde que él se fue: trabajar y no pensar, trabajar y trabajar y no pensar... Estuve en ello, con el portatil en la cama, hasta después de comer.

Tampoco me terminaba de recuperar de la operación y de la radioterapia. El brazo me dolía y, a veces, el dolor crecía hasta no dejarme pensar. Ese día se juntó todo: calor, dolor, trabajo y, sobre todo, esa sensación de adiós y haber tirado mi vida. Lo peor era que no me importaba.

El verano siguió y, a las pocas semanas, tuvimos una reunión con un proveedor. Creo que es de las reuniones mas surrealistas que he tenido. Cuando llegamos allí éramos seis personas: tres de cada empresa. Había una chica menuda, rubia oscura, que me miraba de reojo, callada, con algo escondido en los labios y un muro de plomo delante.

Nos la presentaron como la responsable de nuestra cuenta. Nos dimos la mano. Una mano pequeña,
fría, de uñas cortas. Y me seguía mirando de reojo.

Me pareció raro que alguien me observase tanto. Casi de mal gusto. Pensé que quizá yo tenía mal aspecto. Trabajar, no cuidarme, la operación y los tratamientos me habían dejado con una apariencia grotesca. La chica parecía joven y quizá aún no tuviese el disimulo que da la edad. No le dí importancia. Por lo demás me pareció "maja".
Una de esas personas a las que, nada más conocer, sientes el deseo de arropar y proteger.

Cuando me dijo su nombre no oí bien su apellido, se lo pregunté y me respondió de forma bastante altanera. Me sorprendió, pero me disculpé con ella por no haberla entendido: no era un apellido frecuente y, al tener una ñ, lo escuché mal. No era normal el mal tono con el que me contestó, pero yo también estoy harta de deletrear mi segundo apellido, aunque ya lo asumo con una sonrisa...

La reunión comenzó con un jefe de la chica diciendo: "Alicia se nos ha casado". A los de mi empresa y a mi nos pareció que no venía a cuento, pero felicité a la muchacha que lucía un anillo de oro, casi más grueso que su dedo anular. No me respondió. La volví a felicitar y contestó con un "Gracias" de lo más seco, retador e impertinente que he oído en mi vida.

Aquí mis compañeros y yo nos miramos y creo que a todos nos vino la misma idea a la cabeza: "Esta mujer cree que hemos venido a buscarles problemas con su trabajo". Nada más lejos de eso: habíamos heredado entre tres personas un departamento de más de veinte y estábamos hasta conociendo a nuestros proveedores.

La reunión siguió y, en una pausa, le dije "Yo creo que te conozco" y aquí la actitud de ella cambió de forma radical. Dejó de ser de hielo y se convirtió en un ratón asustado. Me aseguró que no me conocía. Insistí y recuerdo que terminé diciendo: "Yo te visto, pero no me acuerdo de dónde. Quizá algún curso que hayamos hecho... No sé."

Yo la había visto. Estaba segura. Hacía tiempo. Recordaba esa mirada silenciosa, fría, agazapada y retadora...

A la vuelta, de camino a nuestra empresa, pensé: "Puede que sea la mujer de él. Tiene que ser algo personal. Si no nos conocemos, no hay explicación profesional para esa actitud...". Juro que lo pensé y también que, si era así, estaba bien que él hubiera conocido, después de dejarme, a alguien adecuado. Qué ingenua fuí.

La reunión terminó y, unos días después, el jefe, aquel que nos dijo que la chica se acababa de casar, un tal Javier, vino a hablar con el mío. Nos comunicó que Alicia ya no iba a llevar nuestra cuenta.

"Es una pena -le dije- porque es muy maja". Contestó: "Ya, pero no puede ser". En ese momento casi lo tuve claro del todo y me eché un farol: "A mi no me importa". Juraría que le dejé descolocado y creo que respondio "Ya, pero a ella sí". Me pareció irónico que, si lo que yo imaginaba era verdad, la ofendida fuese ella. Pero si se enfadaba o asustaba, es que yo era importante y aquello me pareció tan ridículo que me hizo sonreir.

De cualquier forma, todo eran suposiciones mías. El verano estaba siendo agotador y me lo tenía que estar imaginando. Me dolía el brazo y volvía a sentir un agujero en el corazón. Tenía que seguir trabajando para no pensar. Y volví a trabajar. Y volví a no pensar.

Dos años después de aquello supe dónde había visto a Alicia: en el funeral de la abuela de él. Diez meses después de que me dejara. Esa mirada silenciosa, agazapada y retadora, ya me observaba ocho años atrás, entre los bancos de una iglesia. Pocos meses antes, esa mirada lo arrancó de mi corazón, en silencio, sin que yo ni siquiera lo sospechara.



"Más allá de la muerte"

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;

Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo (1580-1645)

Este poema lo leí antes de empezar a salir con él, allá por el principo de los noventa. Recuerdo que en los años de instituto nunca lo entendí. Sólo tuvo sentido cuando me enamoré. Me pareció la descripción más aproximada a lo que latía en mi alma.

Ahora, veinte años después, aún se acerca a mi corazón. Me pregunto si es eso aún lo que me pasa: que sigo enamorada de alguien que nunca me quiso, que algunas veces me quiso "a su manera" y que siempre tuvo claro que no estaría a su lado para siempre. Tal vez seré ceniza sin dejar de amarle.
A veces me repito que está mejor sin mi. Que lleva con ella más años de los que estuvo conmigo y eso es buena señal. Que debo alegrarme por él si aún le quiero. Que no debo pensar en él, porque si lo supiera se apenaría. 

Por eso prometeré, a cualquiera que me lo pregunte, que hace años que le olvidé.



sábado, 3 de abril de 2010

"Canción desesperada"

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».
El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,

Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Pablo Neruda, 1924

Aún recuerdo la noche en la que le conté estos versos. Invierno. Frío. Un coche y una pregunta: "¿Qué leías cuando te llamé?"
Y empezó el poema a salir. Recuerdo sus ojos pensativos cuando terminé. Supongo que pensó en su pasado con Rosa. Yo, pensaba en un futuro imposible con él. Algo en el alma me decía que lo nuestro acabaría así: yo intentando olvidarlo y olvidada. Él, con otra... Pero nunca imaginé que no tendría el valor de decírmerlo.

A veces intento pensar que lo hizo para no hacerme daño. O quizá por miedo... Pero siempre pensaré que no me dió ni la oportunidad de luchar por él, ni la ocasión de rendirme con elegancia. Que me cerró su corazón que sólo pude ver por una rendija durante años.

Recuerdo que yo tenía dentro la rabia de no saber qué pasaba, el dolor de pelear contra algo que desconocía. Y le llamé, y le llamé, hasta desesperarle y destrozarme y agotarme de llorar, hasta que años después una casualidad, y no haberle olvidado, me trajeron la verdad.

Y nunca dejé de llorar. Por él y por mi.

viernes, 2 de abril de 2010

"Que a gusto sería..."

¡Que a gusto sería
sombra de tu cuerpo!
¡Todas las horas del día de cerca
te iría siguiendo!
Y mientras la noche
reinara en silencio,
toda la noche mi sombra estaría
pegada a tu cuerpo.
Y cuando la muerte
llegara a vencerlo,
solo una sombra por siempre serían
mi sombra y tu cuerpo.
Augusto Ferrán.

Hace años dediqué este poema a alguién a quien amé más de lo que pude, a alguién que nunca me quiso. Me rompió el corazón dos veces: la primera cuando me dejó; la segunda cuando descubrí que me había dejado por otra y ni siquiera se atrevió a decírmelo.

Lo triste es que sigo siendo una sombra y ya, ni en sueños, puedo volar tras él.