domingo, 11 de abril de 2010

Miserable


29/09/09

Casi once años después.

Amberes. Media noche. Calles vacías. Las paradas se apagan al paso del último tranvía. El último tren sale de la estación y la plaza queda en silencio. No hace frío y no llueve. Un milagro en esta época del año. Casi once años después.

En estos años no lo quise pensar. Siempre le imaginé donde se quedó, en casa de sus padres, donde tantas veces llamé, donde tantas veces fui a buscarle. Desde que se marchó, no volví a pasar por esa calle. He llegado a dar rodeos de kilómetros para no pasar por allí. No le quería encontrar, ni que me viera. No quería verle un día paseando por la calle con un cochecito, abrazado a otra, aunque esto último era poco probable: siempre tuvo claro que no se casaría y que no tendrías hijos. Le faltó añadir que era conmigo, pero así iba "haciendo tiempo" mientras encontraba con la que desearía casarse y tenerlos.

En cualquier caso, no quería verle con otra y por eso le deje allí, en el pasado, en la calle grande, soleada, llena de árboles y seguí. No muy bien, pero seguí año a año, intentando no pensar y no volver atrás. Me pegué por dentro los trozos que quedaron y seguí. Ya no era igual, no conseguía querer a nadie, pero tampoco lo deseaba. Nadie se acercaba, ni yo lo permitía. No podía volver a estar con nadie después de haber estado con él. No soportaba que nadie me mirara a los ojos, ni me rozara la piel. Ya no era yo, pero no importaba, no tenía que ser nadie, solo seguir y cuidar mucho de no volver la vista al pasado.

Pero a veces, los días grises me descuidaba, miraba atrás y recordaba miradas y gestos de los últimos meses, recordaba cómo se apartaba cuando le iba a besar. Era como si me hubiese dejado de querer de repente. Pensé que era estrés por el nuevo trabajo. Me estaba volviendo loca, no entendía qué pasaba, comía para sentirme un poco mejor y no molestarle… Y recordaba también frases del día que se fue: “Si me hubieras dejado pensar, no habríamos llegado a esta situación”, “Si me hubieras debajo libre, habría vuelto a ti como un perrito.”, “Tu, eres muy fuerte, lo superarás.”,  “Si tu, si tu, si tu…”

Y cuando el día gris se deshacía en lluvia,  los trozos de dentro se me despegaban y lloraba días y noches: “Si le hubiera dejado libre, si no le hubiera gritado, si le hubiera esperado, si yo, si yo, si yo…” “Pero, ¿por qué me dejó de querer de repente?”

Y cuando el último trozo se había despegado, los volvía a juntar para pegarlos más adelante, cuando dejara de llorar. Siempre se perdía algún trozo más, pero tampoco importaba: quedaban pocos y ninguno encajaba. Daba igual como pegarlos.

Y me rodeaban sus recuerdos y los dos muebles que compró y nunca llegó a usar conmigo: una cama y un sofá. Cada vez que me volvía a recomponer por dentro, cogía una bolsa, metía dentro algún recuerdo junto con un trozo de corazón y lo tiraba todo a la basura.

Un día, siete años después, cuando ya quedaban pocos recuerdos que tirar y muy pocos trozos de corazón que arrancar, no pude más y vendí la casa. Ya la había puesto a mi nombre. Pagándole más de un millón de pesetas, por una justificación injustificable que se buscó, pero ya la podía vender. No sabía donde iría, pero no podía seguir ahí. Me seguía acompañando el “si tu no hubieras, si tu, si tu, si tu…”, pero las paredes quedaron atrás. El guardamuebles se lo llevó todo. En un día la casa, que tenía más lágrimas dentro que muebles, quedó vacía y sola. Y me fui.

Y empecé a buscar donde vivir. En la calle de al lado, en el barrio de al lado, en la ciudad de al lado, más lejos, más lejos, más aún… Allí parecía bien. Una casa distinta, otra ciudad y otro trabajo. Sí, otro trabajo también. Ya no había más que cambiar. Ya nada me lo iba a recordar. Pero el “si tu no hubieras, si tu…” seguía sonando los días de lluvia. Como ya no quedaban trozos que pegar lo asumí: Fue culpa mía, era maravilloso y por mi culpa lo perdí. “Eso es: por tu culpa, por tu culpa…”

Una mañana, un médico torció el gesto al leer el resultado de una prueba. La cosa pintaba mal y la semana siguiente me operarían. Preparé una maleta. Me fui en tren al hospital y volvió a sonar una voz: “Tu eres muy fuerte, lo superarás”. Ese día hacía ocho años que se marchó. Si todo pintaba tan mal como decía el médico, la voz se apagaría pronto. “Por tu culpa, por tu culpa…” Pronto no la volvería a oír.

En ese momento me habría gustado oír su voz de verdad, pero no podía llamarle. Estaba lejos, con otra y la culpa era mía…, pero me alegré de que no tuviera que pasar este trago.

Muchos meses después volví al trabajo. Los médicos hiceron un buen trabajo y tuve suerte. Por una vez. Tenía cicatrices y no volvería a ser igual, pero no importaba. Luego, la medicación me empezó a hinchar. Como un globo. Tampoco importaba. El truco era seguir sin pensar, y esto ya lo dominaba.

Y pasaron dos años más. Seguía vieja e hinchada, pero el pelo volvió a crecer. Alguna gente dijo que se me habían apagado los ojos. Un conocido dijo “se le apagaron hace tiempo…” Y era verdad.

Un día, haciendo una selección de personal, apareció su curriculum. La secretaria, seleccionó, de una página web de empleo, unos cuantos candidatos. No era lo que le pedí. Ninguno cumplía, ni de lejos, el perfil que necesitábamos. Pensé que era gente con un curriculum, cuanto menos, ‘inflado’. “Como todos los CV, en el fondo – pensé-. Tampoco, tienes que juzgar a gente que no conoces. No tienen un perfil bajo. Únicamente, no tiene el perfil que necesitas. Léelos y selecciona”.

Haciendo una lectura diagonal, vi uno que me hizo sonreír: "Conocimientos de redes IP “. Cuando vi el nombre, me quedé helada. Era él. Y ya no vivía en la calle soleada de árboles. Era otra dirección. Google maps hizo el resto. Ya no quise saber más. No sé con quién estaba, pero estaba claro que no estaba sólo. Ya no era mío ni en el recuerdo. Punto y final.

La voz volvió a aparecer, callada, llorando “Por tu culpa, por tu culpa…” Y otra le respondía: “Pero ahora está bien, mejor que contigo, ya está”. Y la primera voz calló, para siempre, aunque perdí el último trozo de alma, en su dirección y en la vista de su casa. “Él está bien. Se acabó”.

Dos años más. Un día, el médico me sugirió que debería pensar en tener hijos. Llevaba once años sin pensarlo. Yo quise hijos de él. De otro no. Y sola… Pero era una posibilidad. No traicionaba su recuerdo. Él estaba lejos y bien. Hijos míos… Él ya tendría los suyos…

“No debes pensar en esperar a encontrar al hombre de tu vida, para tenerlos”. El médico era mayor, pero tenía alegría en los ojos. “El que te quiera, te querrá con todas tus medallas”. Ya lo había pensado antes, pero me parecía algo irreal. Años atrás estaba enamorada, esperaba que él me diera la oportunidad de vivir conmigo y yo renunciaría a casarme, a tener hijos… Ahora, sin esperanza y buscando un deseo, perdido años atrás, yo sola. Y no era el mismo deseo. Mi ilusión era que los niños fueran suyos, no quería cualquier niño, sólo los de él. Era media ilusión de la que quise tener, pero era más que nada… ¿Por qué no?

El médico dijo que, si lo quería, era el momento de empezar a dejar la medicación:
-        Prepárate, porque lo vas a pasar mal. Será como una depresión post-parto muy fuerte. Si en dos meses no remite, podemos medicarte para que no te hundas.

Casi sonreí por dentro. “Este hombre no sabe lo que he llorado. Por muy malo que sea, esto no va a ser ni parecido a lo que he pasado”.

Empecé a apuntar los días que pasaban. Lloraba, pero eran lágrimas que tendrían fin, dentro de 59 días, 58, 57… Cada día lloraba un poco más y un día la voz apareció otra vez “Si tu hubieras, si tu, si tu…” Pero también estaba la otra voz “Pero él está bien, tranquila. Está mejor que contigo. No pasa nada…”.

Cuando pasaron los dos meses de lágrimas volví al médico.
-        ¿Qué tal ha ido?
-        Bien.
-        Pues vamos a dejar la medicación completamente. Dos meses más.

Dos meses más llorando… Bueno. Cuatro meses en total, frente a once años. No era tanto. Cuando llegó Agosto, empecé a sentir que entraba en el pozo en el que entré años atrás. La voz que me tranquilizaba ya no estaba, sólo la que me acusaba de haberle perdido.

Cogí el portátil y me conecté a Internet. Quería saber qué había pasado. Él no me dejó sólo por mí. Había algo más y era el momento de sacar toda la mierda de mi pasado. Y apareció.

A partir de aquella dirección, que nunca se borró de mi cabeza, apareció todo: el nombre de ella, edad, todo… Y el currículum de ella que, curiosamente, coincidía en empresas y tiempo con Guillermo. En Abril de 1998 empezaron a trabajar juntos. En Octubre de ese mismo año me dejó.

No hay más que explicar.

Salvo que me utilizó hasta después de dejarme. Consiguió que le pagara dinero por firmar los papeles de mi casa. Trabajé haciendo el trabajo fin de carrera de los dos, cuando ya estaba con ella y en ese trabajo escribimos dos personas y ninguna fue él. Me besó en la boca, cuando firmamos las escrituras en las que recuperaba mi casa. Qué horror. Me besó y ya estaba con ella… Siento asco de mi misma…

Y lo mejor, es que a lo largo de estos años, habrá preparado todas las excusas que necesita en su mente para justificar todas las putadas, hasta la más pequeña, que me hizo. Podría empezar yo, transcribiendo su primera justificación: 

- “Si tu no me hubieras (colóquese aquí cualquier palabra), yo no me habría fijado en ella”.

Otra, otra más:
- “Yo (importante lo del yo) no me fijé en ella hasta después de dejarte. Sólo era una compañera”. 

Habrá tantas justificaciones… Y todas mentira en el fondo de su alma. ¿Sabes una cosa? La madre de tus hijos es una putilla que no tuvo escrúpulos en estar ahí, esperando, sabiendo que tenías novia. Y mientras esperaba echaba algún anzuelo. Aquí podría ir otra justificación:
- “Yo nunca dije que tuviera novia en la oficina, ella no lo sabía”.

Es verdad, no hay que decir que se tiene novia, si se ha echado la red a ver si pica algo. Una pregunta: ¿Quien se encaprichó primero ella o tu? Otra: “Si ella es tan lista, ¿no supo hilar ideas? ¿No supo pensar, después de conseguirte (si es que se enrolló contigo después de dejarme, que tú estabas con alguien mientras cazabas en la oficina ¿O es que tampoco le interesaba manchar su conciencia?” Claro, es más cómodo pensar “Yo no hice nada. Él tenía problemas con su novia, que estaba loca y él hacía tiempo que no la quería, pero seguía con ella por pena. Yo no hice nada”.

Sois los dos iguales… Qué par... Qué pena... Qué sencillo (que no fácil) y valiente habría sido decir la verdad. Muy duro para mí y para tu conciencia. Pero valiente, honesto, sincero, claro, grande, digno de un hombre, que es lo que yo merecía y no de un ser miserable, ruin y cobarde.

Ahora pienso que sólo tropecé con un pobre hombre, que ahora tiene lo que merece: un suegro que le mantendrá, indirectamente, mientras esté con su hija. Y él dormirá todas las noches con una putilla que tiene lo que se merece: un egoísta, cobarde, vacío y miserable y, en ningún caso, un hombre.

No sé si algún día conseguiré el hombre que ahora, después de destrozarme tú, merezco. Ya dudo que exista. Pero ahora sólo tengo dos cosas muy claras: que ese hombre no eres tú.

Te voy a contar un secreto: los hombres no se hacen con dinero, casas grandes y BMWs. Tu, ni eres hombre ni te enseñaron a serlo: no lo serás nunca. Por eso, tienes lo que mereces una fulana sin escrúpulos. Enhorabuena a los dos.

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