martes, 28 de diciembre de 2010

El móvil de las campanitas

Estaba mirando una web de venta de casas y vi un móvil, de esos que se cuelgan del techo para que el aire los mueva suavemente. Me vino a la cabeza aquel que compramos en el verano del 96, en Peñíscola. Aún no teníamos la casa, pero ya habíamos decidido que la íbamos a comprar y una tarde, de las que íbamos paseando hasta el castillo, lo compramos.

Era enorme. Llegaba desde el techo hasta mi cintura. Estaba lleno de campanitas blancas, cuadradas, con florecitas rosas y hojitas verdes en el borde. Bajaba haciendo una espiral y sonaba a cascabeles cuando lo movía el aire. Costó carísimo, casi nueve mil pesetas y nos lo envolvieron con mucho papel y plástico de burbujas. Lo llevamos en una bolsa de plástico blanco hasta el hotel.

Lo guardamos más de un año y, cuando tuvimos la casa, fué lo primero que colgamos. Estuvo sólo, en el salón vacío, un año esperando a que él viniera..., pero él nunca vino.

Cuando me dí cuenta de que nunca iba a volver, lo descolgué y lo tiré. Me gustaba mucho porque le gustaba a él, porque lo compró él y porque le esperó conmigo aunque no vino nunca. Lo tuve que tirar porque, cuando lo movía el aire, sabía que él no lo vería nunca y se me rompía el corazón.

Algunas veces tengo la sensación de que nos robaron un sueño.

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